martes, 21 de octubre de 2014

No puedes detener aquello que ya está contigo.

¿Cuántas veces hemos escuchado la frase esa de "¡Pero cuánto daño han hecho las películas!"? Me refiero a escenas del cine que se han convertido en todo un clásico. Hablo de Julia Roberts cayendo en brazos de Richard Gere, quien llega para recogerla con una limusina, unas flores y un paraguas simulando una espada al grito  "¡Baje, Princesa Vivian!". Hablo de  Meg Ryan y Tom Hanks encontrándose en lo alto del Empire State (y volvieron a hacerlo mandándose e-mails) o de Paul Newman y  Katherine Ross montando en bicicleta al rimto del mítico "Raindrops keep falling on my head". 

Hablar de cine es hablar de Audrey Hepburn o la famosa Holly huyendo de la policía de la mano de George Peppard por la Quinta Avenida. Gregory Peck y su "desconfiada esposa". Ali McGraw y Ryan O'Neal en su Love Story. La psiquiatra Barbra Streisand coqueteando con El príncipe de las mareas. Leonardo Dicaprio salvando la vida de una joven rica tras el hundimiento del trasatlántico más grande del mundo. Meryl Streep y  Robert Redford viviendo una historia de amor en África. Brad Pitt seduciendo a una joven médico en una cafetería. Un vecino de Notting Hill enamorándose de una actriz de Hollywood.  Bridget y su diario.

Seguramente os habrá venido a la cabeza alguna que he olvidado mencionar. Sí, esas que vemos a escondidas (o en la mejor compañía) con un clínex siempre cerca para echar alguna que otra lagrimilla. Decir que su existencia nos ha hecho daño es una de las frases más absurdas que he oído, y estoy harta de leerlo en las revistas o en boca de alguna amiga. Estas historias SÍ existen, pero más que de historias en sí hablo de momentos... de "escenas" en que a ella le tiemblan las rodillas con voz en-tre-cor-ta-da y él muestra su lado desconocido por el resto del mundo.

Así que esta frase no es más que una fachada que algunos utilizan para refugiarse en lo simple. Quizá todo se reduzca a que nunca les temblaron las rodillas con fulanito ni con menganita... y no es algo que ocurra todos los días. Así que, espero que cuando llegue ese momento seas capaz de reconocer tu propia escena y no dejarla escapar; que tengas el coraje de darle al pause y alargarlo para siempre. Lo reconocerás porque al principio te sentirás sumamente ridículo/a, tan ridículo/a que tu cerebro solamente será capaz de decir chorradas del tipo "surrealista pero bonito" (tranqui, ya le pasó a Hugh Grant y no acabó tan mal la cosa). Después vendrán las carcajadas constantes, no pararás de reírte y te sentirás a gusto, muy a gusto. Y es que, al final y al cabo, sin estas escenas nuestro cine, o mejor dicho, nuestra vida, se reduce a poco.

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