lunes, 7 de julio de 2014

Open your eyes and see.

Todos queremos alcanzar la felicidad. Todos. Pasamos días, noches y más días buscándola. Es el motor que mueve nuestra vida y el corazón que impulsa nuestros actos. Realmente es lo único que tenemos claro. Estamos aquí para ser felices, de momento. Y, en ese transcurso, pueden ocurrir mil cosas. ¿He dicho mil? Miles. Millones. Todas y cada una de ellas provocadas por nuestros actos y decisiones. No hay nada casual. Y no me refiero a que nuestro porvenir esté escrito a fuego desde el momento en el que nacemos, sino que absolutamente todo lo que acontece en nuestras vidas es producto y consecuencia de lo que hacemos o dejamos de hacer.

Nos lamentamos de la mala suerte, pero la alabamos cuando va de nuestro lado. Gritamos, lloramos y nos desesperamos cuando las cosas salen mal, culpando a todo lo que nos rodea. Reímos, nos emocionamos y nos alegramos cuando todo sale bien y nos lo agradecemos a nosotros mismos. Error. Somos responsables tanto de los bueno como de lo malo. Somos los únicos dueños de nuestras vidas. Los únicos capacitados para cambiarla, mejorarla o empeorarla a nuestro antojo.