domingo, 23 de noviembre de 2014

Una canción que no termina.

En las relaciones, como en la democracia, debería haber elecciones generales cada cuatro años. Mi programa electoral estará vacío de mentiras y repleto de risas, desnudo de intenciones y rebosante de deseos, que al fin y al cabo es lo que nos mueve.

Propongo mantener la soberanía en el amor y amistad que la fundó, una amistad profunda que forjó una coalición que ignora nuestros intereses y mira siempre a los ojos. Reformaremos si hace falta nuestra Carta Magna, que para mí, hacia ti... sea siempre Carta Blanca.

Respetaré sin condiciones ni negociación tu "estado de las autonomías", tu idiosincrasia y tu idioma tantas veces fabricado de silencios y de gestos a escondidas. Protegeremos las dudas y las indecisiones. Animaremos en los momentos de flaqueza y disfrutaremos hasta dolernos en los tiempos de alegría.

Seguiremos construyendo juntas un lugar donde llegar, donde volver, donde esconderse o donde llorar. Un lugar que nos recoja de vez cuando estemos hechas pedazos después de dejarnos la piel en una de tantas batallas de esas perdidas que emprendemos a diario. 

En cuatro años de balance, en cuatro años felicitándote,.. se me ocurren miles de razones para renovar este pacto de gobierno. Hoy se celebran nuestras elecciones generales y yo, de nuevo, te elijo a ti, por MAYORÍA ABSOLUTA.

¡¡¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES!!!

En la vida pasan muchas cosas y no es casualidad que las más bonitas me pasen a tu lado. 


viernes, 7 de noviembre de 2014

Make a difference.

- I suppose the important thing is to make some sort of difference. You know, actually change something.
+ What, like "change the world", you mean?
- Not the whole entire world. Just the little bit around you.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Soy maestra.

Ayer, alguien me dijo: "¿Todavía estás de vacaciones? ¡Tú nunca trabajas!". En tu imaginario, quizás tengo las mejillas rosas y los ojos bien abiertos, salto de alumno en alumno para explicarles con canciones las reglas más difíciles y luego me quedo dormida con un sueño profundo y dichoso, orgullosa del trabajo realizado y satisfecha con todas mis aficiones: cocina, guitarra, pintura y grabado en relieve. Te informo, querido alguien, de que mis diez últimas semanas trabajadas de 50 horas cada una, sola frente al ordenador, frente a los alumnos o a mis cuadernos, no me han dejado energía ni para poner la lavadora. Estoy hecha una mierda, tengo ojeras y estoy cerca de sufrir coma por agotamiento. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen saltando por ahí sin descanso.

Ayer, alguien me dijo: "Qué suerte tienes, a las 4 ya has terminado tu jornada". En tu imaginario, puede que tenga un ejército de pequeños elfos que por la tarde van al colegio a imprimir los ejercicios y a corregir las copias, lo que me permite merendar galletas de chocolate mojadas en leche tranquilita en el sofá. Te informo, querido alguien, de que para mí, a las 4 comienza en realidad lo más duro de la jornada. Varias horas de trabajo fastidiosas, con los ojos entornados sobre las líneas azules de los cuadernos para no dejarme ni una sola falta de ortografía, lo que daría lugar a la reacción inmediata de un padre descontento por la ineptitud de la profesora. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen pegando sus hojas del revés y escribiendo octubre sin r. 

Ayer, alguien me dijo: "Bueno, sumar llevando tampoco es tan complicado". En tu imaginario, la tarea más ardua de mi trabajo quizás consiste en dividir con dos cifras. Claro, yo en quinto dejé el colegio, porque no necesita más para ser maestra de infantil. Pues que sepas, querido alguien, que la pedagogía es una ciencia compleja, y que cada actividad simplista propuesta a mis alumnos es, de hecho, el fruto de una reflexión intensa que hace que mi cerebro eche chispas. Hay que pensar en actividades progresivas, repartirlas en la semana, el período, el año, el ciclo... pero, bueno, te pierdo, me falta pedagogía. Y, mientras tantos, los alumnos siguen olvidándose del castigo.

Ayer, alguien me dijo: "Yo también cuido a mis sobrina pequeña los miércoles". En tu imaginario, puede que yo me dedique a la guardería. Hacemos pinturas libres con los dedos, jugamos al 1, 2, 3, pollito inglés y nos lavamos los dientes antes de la siesta. Que sepas, querido alguien, que yo no me dedico a cuidar a tu sobrina pequeña. Yo enseño, repito, educo, cuido, escucho, dialogo y aprendo. Hago de profesora, enfermera, psicóloga, policía, asistenta social, mediadora, pero no de niñera. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen trabajando, equivocándose y aprendiendo.

Ayer, alguien me dijo: "Yo también debería haber sido profesor". En tu imaginario, ser maestro quizás signifique tener un montón de vacaciones, acabar el trabajo a las 4, enseñar nociones elementales y pasar el tiempo entre recreos, plástica y gimnasia. Te informo, querido alguien, de que las oposiciones están abiertas a todo el mundo y que aceptamos mejor a los nuevos compañeros que los comentarios exasperantes. Que sepas que firmarás para toda la vida con una sonrisa forzada. Pero como a nosotros nos gusta nuestro trabajo, estamos dispuestos a oír cualquier cosa... 

martes, 21 de octubre de 2014

No puedes detener aquello que ya está contigo.

¿Cuántas veces hemos escuchado la frase esa de "¡Pero cuánto daño han hecho las películas!"? Me refiero a escenas del cine que se han convertido en todo un clásico. Hablo de Julia Roberts cayendo en brazos de Richard Gere, quien llega para recogerla con una limusina, unas flores y un paraguas simulando una espada al grito  "¡Baje, Princesa Vivian!". Hablo de  Meg Ryan y Tom Hanks encontrándose en lo alto del Empire State (y volvieron a hacerlo mandándose e-mails) o de Paul Newman y  Katherine Ross montando en bicicleta al rimto del mítico "Raindrops keep falling on my head". 

Hablar de cine es hablar de Audrey Hepburn o la famosa Holly huyendo de la policía de la mano de George Peppard por la Quinta Avenida. Gregory Peck y su "desconfiada esposa". Ali McGraw y Ryan O'Neal en su Love Story. La psiquiatra Barbra Streisand coqueteando con El príncipe de las mareas. Leonardo Dicaprio salvando la vida de una joven rica tras el hundimiento del trasatlántico más grande del mundo. Meryl Streep y  Robert Redford viviendo una historia de amor en África. Brad Pitt seduciendo a una joven médico en una cafetería. Un vecino de Notting Hill enamorándose de una actriz de Hollywood.  Bridget y su diario.

Seguramente os habrá venido a la cabeza alguna que he olvidado mencionar. Sí, esas que vemos a escondidas (o en la mejor compañía) con un clínex siempre cerca para echar alguna que otra lagrimilla. Decir que su existencia nos ha hecho daño es una de las frases más absurdas que he oído, y estoy harta de leerlo en las revistas o en boca de alguna amiga. Estas historias SÍ existen, pero más que de historias en sí hablo de momentos... de "escenas" en que a ella le tiemblan las rodillas con voz en-tre-cor-ta-da y él muestra su lado desconocido por el resto del mundo.

Así que esta frase no es más que una fachada que algunos utilizan para refugiarse en lo simple. Quizá todo se reduzca a que nunca les temblaron las rodillas con fulanito ni con menganita... y no es algo que ocurra todos los días. Así que, espero que cuando llegue ese momento seas capaz de reconocer tu propia escena y no dejarla escapar; que tengas el coraje de darle al pause y alargarlo para siempre. Lo reconocerás porque al principio te sentirás sumamente ridículo/a, tan ridículo/a que tu cerebro solamente será capaz de decir chorradas del tipo "surrealista pero bonito" (tranqui, ya le pasó a Hugh Grant y no acabó tan mal la cosa). Después vendrán las carcajadas constantes, no pararás de reírte y te sentirás a gusto, muy a gusto. Y es que, al final y al cabo, sin estas escenas nuestro cine, o mejor dicho, nuestra vida, se reduce a poco.

sábado, 11 de octubre de 2014

Algo de luz a este desconcierto.

Estamos perdiendo la costumbre de subir por las escaleras. De regalar libros. De firmarlos. De comer manzanas a bocados y pipas en los bancos. De escuchar la radio. De los politonos. De cantar bajo la ducha un lunes. De perdonar. De leer tebeos. De los toques para ligar. De escribir la carta a los Reyes. De hacernos fotos para un mural de corcho. De mandar postales. De apagar el móvil por la noche. De usar la licuadora. De reír a solas. De reírnos de nosotros. De reírnos del mundo.

Perdiendo la costumbre de medirnos sólo por aquellos que se miden por nosotros. De ser lo que éramos. De no importarnos la opinión de los demás. De viajar sin rumbo. De no tener miedo.  De leer miradas, labios y besos. De ser contemplativos. De recordar. De cerrar los ojos. De estar a solas. De compartir una puesta de sol. De querernos más que nadie. De decir lo que sentimos. De disfrutar un café. De admirar a nuestros mayores. De ser más personas.

Perdiendo la costumbre de ser héroes de nuestros amigos. De quererlos como hermanos. De discutir con ellos a la cara. De meternos el orgullo por donde siempre cabe. De dejarnos la mochila en casa. De olvidar. De poner punto y final. De reconciliarnos a cervezas y vinos. De volver a casa sólo con ellos. De saber que son la familia que elegimos. De eso de "o todos, o ninguno". De eso de "todos para uno, y uno para todos".

De jugárnosla. De regalar flores. De invitar al cine. De comer con vino. De escribir de puño y letra. De mandar cartas. De los sellos de correos. De visitar buzones amarillos. De la sobremesa. De llamar a los fijos. De picar un timbre. De esperar en un rellano. De besar en los portales. De querer sin recelos. De subir a una azotea. De saborear unos labios. De recorrer un cuerpo con la mirada. De acariciar una espalda con un solo dedo. De besarnos con una caricia. De desnudarnos sin quitarnos la ropa. De despedirnos en la parte de atrás del coche.

Estamos perdiendo la costumbre de vivir la realidad. De salir a la calle sin móvil. De escuchar música. De los abrazos de verdad. De los achuchones. De las risas. De las carcajadas a la cara. De sentir. De dejarnos llevar. De no planear, de no medir, de no buscar excusas. De dar las gracias. De decir lo siento y te quiero. De hacer el amor. De no perder el tiempo. De saber que la vida son tres días y que no estamos para perder las malas costumbres.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Qué mal nos queremos.

Qué mal nos queremos. Qué mal andamos de cariño del bueno. Qué poco nos paramos a darnos lo nuestro. Y ya no digamos lo de los demás. Qué pronto se acabó lo que se nos daba, si es que se nos dio. En este déficit emocional globalizado y transnacional no existen ya ni clases medias ni clases altas, aquí todos somos mileuristas de un amor hipotecado, aquí todo el mundo es un sin techo de amor del que duele cuando sana, amor del de verdad.

Y todo por querernos mucho, muchísimo, sí, pero mal, con lo cual acaba siendo peor el remedio que la enfermedad. Porque cuando algo es malo y sin embargo escaso, no hay que preocuparse demasiado, es mucho más fácil de evitar, y ya no digamos de erradicar. Pero si encima te lo profesan en cantidades industriales, si hablamos de una pandemia a nivel mundial, inténtate tú escapar.  Es imposible. Y así nos va.

Qué mal nos queremos. De verdad. Existen quereres de los que damos por descontados. Su único gran defecto es que siempre estuvieron ahí, sin pedir nada a cambio, sin hacer demasiado ruido y tampoco hubo que hacer mucho para currárselos.  Es el querer de una madre, sí, pero también cualquier amor que llegue demasiado pronto, demasiado fácil, demasiado incondicional, ése que cuando te vienes a dar cuenta de que lo tenías, te giras y ya no está. Y es entonces cuando empiezas a echarlo de menos. Cuando ya es tarde. Cuando ya no se le puede corresponder... ni apartar.

Y es que no sé si lo ves, pero mal, nos queremos un rato. Mira el amor propio, el amor a uno mismo. Ése que alguno confunde con soberbia o prepotencia y a otros les da vergüenza manifestar. La gente aquí no tiene punto medio: o se pasa de frenada o en su vida no lo llega ni a probar. Esta último es la humildad mal entendida, la que te divide día a día como individuo y te apaga como una vela en medio de esta tempestad a la que llamamos rutina. Lo necesario que es pasar más tiempo con uno mismo, para poder pasarlo con los demás. Lo difícil es encontrarle el punto, apretarle a la vida, exigirle siempre un poquito más. Conocer los propios límites y ponerlos cada día a prueba, y comprobar que cuando tú te acercas, siempre se acojonan y acaban refugiándose un poco más allá.

Y así no es de extrañar que haya gente que se quiera tan flojo. Nos enamoramos y hacemos ver que nos da igual. Vayamos poquito a poco, no te vaya a soltar un te quiero demasiado pronto, no nos vayamos a precipitar. Como si esto que te sale del corazón fuese agua del grifo. Ahora lo caliento, ahora lo enfrío. Ahora le doy a chorro. Ahora gotita a gotita y no más. Y el día menos pensado se te olvida quitar la llave de paso y te encuentras flotando empapado en medio de tu propia soledad. Uno no elige cuándo ni de quién se enamora, como tampoco se puede elegir la velocidad. Falacias que nos contamos a nosotros mismo, tratando de convencer a un amigo que ya hace tiempo que ni nos cree, ni nos ha dejado de escuchar.

Dentro de este ramillete improvisado de amores novicios, no podíamos olvidar los que encuentran placer simplemente en hacerse daño. Los yonkis de la intensidad. Es difícil llegar a admitirlo, pero algunos lo consiguen. Y entonces qué. Porque destruirse es como acariciarse: por muy bueno que seas contigo mismo, siempre hay alguien que lo hará mucho mejor por ti. Aunque sea porque llega adonde tú no llegarías jamás. 

Qué mal nos queremos cuando quererse es atraparse, meterse en una urna y verse marchitar. Entramos en el mundo de los reproches, de las libertades fingidas, del tú verás, del te quiero tal como te imagino.

Y para terminar, para que nadie se sienta excluido, aplaudamos la inmensa horda de amores pantalla. Los que lo son de cara a la galería, porque a nadie se le ocurre nunca profundizar. La cantidad de parejas que cenan siempre en silencio.  Parejas que si se cuentan el día, lo hacen como quien repasa sin hambre la carta. Parejas que han olvidado que el hecho de hablar no tiene nada que ver con el acto de comunicarse. Para lo primero basta con mover la boca y emitir fonemas. Para lo segundo, además, hay que mover el corazón. Propio y ajeno.

Y hablando de ajenos. 

Por muy mal que nos queramos todos, jamás olvides que siempre estarán peor los demás.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Que navegues siempre hacia mar abierto.

Nuestra vida está hecha de un sutil, continuo equilibrio, y cada vez que por fin crees haberlo encontrado, ocurre algo y vuelves a quedar descompensado, caes hacia adelante o hacia atrás e intentas recuperar como sea ese equilibrio. Pero a veces ya no puede ser y entonces no queda más que cambiar toda tu vida, y lo cierto es que no es nada fácil. Pero en realidad ocurre de manera natural y, pasado el tiempo, aunque no te hayas dado cuenta, tu vida ha cambiado.

lunes, 7 de julio de 2014

Open your eyes and see.

Todos queremos alcanzar la felicidad. Todos. Pasamos días, noches y más días buscándola. Es el motor que mueve nuestra vida y el corazón que impulsa nuestros actos. Realmente es lo único que tenemos claro. Estamos aquí para ser felices, de momento. Y, en ese transcurso, pueden ocurrir mil cosas. ¿He dicho mil? Miles. Millones. Todas y cada una de ellas provocadas por nuestros actos y decisiones. No hay nada casual. Y no me refiero a que nuestro porvenir esté escrito a fuego desde el momento en el que nacemos, sino que absolutamente todo lo que acontece en nuestras vidas es producto y consecuencia de lo que hacemos o dejamos de hacer.

Nos lamentamos de la mala suerte, pero la alabamos cuando va de nuestro lado. Gritamos, lloramos y nos desesperamos cuando las cosas salen mal, culpando a todo lo que nos rodea. Reímos, nos emocionamos y nos alegramos cuando todo sale bien y nos lo agradecemos a nosotros mismos. Error. Somos responsables tanto de los bueno como de lo malo. Somos los únicos dueños de nuestras vidas. Los únicos capacitados para cambiarla, mejorarla o empeorarla a nuestro antojo.

domingo, 22 de junio de 2014

Al igual que las flores que se esparcen en la tormenta, la vida humana es sólo un adiós.

La gente suele tener la idea de que soy una mujer muy fuerte. No lo soy. No soy lo suficientemente fuerte para mostrarme vulnerable, y por eso, frente al mundo, escondo lo que siento. Pero las pérdidas, los adioses y las despedidas me duelen enormemente. He aprendido, sin embargo, que si una no practica el desapego, que si no aprende a dejar marchar, acaba siendo una esclava, esclava de sus limitaciones y de su propia dependencia. Lo importante es no sentir miedo de perder lo que se tiene. Y no sufrir por las pérdidas, sino reciclarlas. Una persona que aprende a vivir con lo que tiene, pero no siente temor a perderlo, se puede considerar verdaderamente libre.

He estado en Vancouver solamente tres meses, pero he conocido personas increíbles y sé que algunas de ellas estarán en mi vida mucho tiempo. He recibido tanto como he dado, o más. Dar es recibir sin condiciones. Dar y recibir son las dos caras de la misma moneda, porque desde la entrega y la recepción se puede experimentar tanto el miedo como el amor. En ese sentido quiero agradecer mucho, de corazón, todo el cariño que me ellos han transmitido durante estos tres meses.

Y ahora estamos más distantes, pero a la vez somos más cómplices y siento que esta pequeña hoguera que yo encendí y que ellos avivaron no se apagará. Pero así es la vida, se van, nos vamos, nos distanciamos, por más que intente al despedirme guardarles enteros en mi corazón. Ahora tenemos que separarnos, estas páginas se acaban, tenemos que irnos para emprender otros caminos. Pero seguiremos cerca. Porque un río cambia el nombre según el territorio que atraviesa, pero es siempre agua. Hilo raquítico cuando cruza tierras áridas, caudal imparable en las zonas más verdes, pero siempre agua. Agua que fluye hacia delante, hacia el encuentro con el mar. Y entonces una suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma.

No apetece escribirlo, lo tengo en la punta de los dedos, pero tiembla, se resiste. Ahí va, tecleo cinco letras: adiós. Adiós. Como una bola enorme que caía, ha llegado el instante. Pero no un adiós cualquiera. Porque un adiós es inútil y triste si no es bienvenida: y cada despedida es también una bienvenida hacia una vida nueva. La vuestra y la mía. La vida está llena de adioses, y por cada adiós, una bienvenida.

Como decía Buesa: "Decir adiós... La vida es eso".

viernes, 23 de mayo de 2014

El mundo es tan grande que... ¿cómo vas renunciar a seguir descubriéndolo?

Hoy miro hacia atrás y sé que apretujar nuestra vida en una maleta y mudarnos a otro país es una de las mejores decisiones que he tomado jamás. Porque cuando te marchas, cuando conviertes tu vida en viaje e incertidumbre, creces.

Te enfrentas a nuevos retos, descubres en ti facetas que desconocías, te sorprendes y te dejas sorprender por el mundo. Aprendes y amplías tus perspectivas. Desaprendes y, a base de algún golpe y unas cuantas lecciones, creces en humildad. Evolucionas. Añoras... y creas recuerdos que ya no te abandonarán. Si alguna vez. Cuando vives en otro país hay una serie de cosas que cambian para siempre.

1. La adrenalina no te abandona.
Desde el momento en el que decides marcharte, tu vida se convierte en un vaivén de emociones, de lo inesperado, de aprendizaje e improvisación. Los sentidos nunca duermen, y durante un tiempo destierras la palabra rutina de tu vocabulario para dejar paso a la adrenalina. Nuevos lugares, nuevas costumbres, nuevos retos, nuevas personas... La sensación de comenzar de cero debería asustarte, pero resulta adictiva.

2. Pero, a la vuelta... todo sigue igual.
Así que, cuando vuelves unos días al hogar, te sorprende que todo siga igual. Tu vida ha cambiado a un ritmo frenético, y llegas cargado de vivencias y con unos días de vacaciones por delante. Pero en casa todo transcurre a su ritmo habitual. Los demás siguen haciendo malabarismos con las obligaciones cotidianas, y comprendes... que la vida no se detiene para ti.

3.  Te faltan, y te sobran, las palabras.
Cuando te preguntan cómo va todo, te cuesta encontrar palabras adecuadas. Luego, sin embargo, tienes que morderte la lengua por a mitad de cada conversación te acuerdas de mil y una anécdotas y no quieres parecer pretenciosa o agobiar a los demás con las batallitas de "tu otro país".

4. Comprendes que la valentía está sobrevalorada.
Muchas personas te dirán que eres valiente, que también querrían marcharse, pero no se atreven. Y tú, aunque también tuviste miedo, sabes mejor que nunca que la valentía constituye, quizás, un 10% de las grandes decisiones. El 90% restantes son las ganas. ¿Te apetece? Hazlo. Cuando damos el salto, ya no hay valientes ni cobardes: pase lo que pase, te enfrentas a ello.

5. Y, de repente, eres más libre.
Es probable que seas tan libre como antes, pero la sensación de libertad, ahora, es distinta. Si has escapado de la comodidad y has logrado que todo funcione a cientos de kilómetros de tu hogar, sientes que puedes hacer cualquier cosa.

6. Dejas de hablar un idioma en concreto.
Unas veces se te escapa una palabra en otro idioma, otras solo se te ocurre una manera de describir algo con aquella expresión perfecta que no está en el idioma adecuado. Cuando convives con una lengua extranjera, aprendes y desaprendes a la vez. Mientras interiorizas referentes culturales e insultos en tu segunda lengua, te sorprendes esforzándote en leer en tu lengua materna para que no se oxide. 

7. Aprendes a despedirte... y a disfrutar.
Pronto te das cuenta de que, ahora, muchas cosas y personas son de paso, y el valor de la mayoría de situaciones se relativiza. Perfeccionas el equilibrio entre crear lazos y saber desprenderte de objetos y recuerdos: una lucha perpetua entre nostalgia y pragmatismo.

8. Vives con dos de todo.
Con dos tarjetas SIM (una de ellas repleta de teléfonos de todos los rincones del mundo), con dos carnés de la biblioteca, con dos cuentas bancarias, con dos tipos de moneda que siempre, no sabes cómo, acaban mezclándose cuando vas a pagar algo.

9. ¿Normal? ¿Qué es normal?
Vivir en otro país, como viajar, te enseña que "normal" significa social o culturalmente aceptado. Así que, cuando te sumerges en otra cultura y en otra sociedad, tu concepto de normalidad se resquebraja. Aprendes que hay otras formas de hacer las cosas y, al cabo de un tiempo, tú también adoptas aquella costumbre antes impensable. También te conoces mejor a ti mismo, porque descubres cuáles son las cosas en las que de verdad crees y cuáles, en cambio, son aprendidas.

10. Te conviertes en un turista en tu propia ciudad.
Aquella atracción turística que tal vez no hubieras visitado en tu país se suma a la lista de lugares que ver en tu nuevo hogar, y pronto te conviertes en un experto en la ciudad. Pero, cuando alguien viene de visita unos días y te pide recomendación, te cuesta escoger unas pocas actividades: si fuera por ti, ¡les recomendarías visitarlo todo!

11. Aprendes a ser paciente y a pedir ayuda.
En otro país, la tarea más sencilla puede convertirse en un reto.  Tramitar papeles, encontrar la palabra adecuada, saber qué autobús tomar... Siempre hay momentos de desesperación, pero pronto te armas con más paciencia de la que nunca tuviste, y aceptas que pedir ayuda (en el autobús, en la calle, a tus conocidos) no solo es inevitable, sino muy sano.

12. El tiempo se mide en pequeños momentos.
Como si mirases desde la ventanilla de un coche en marcha, a lo lejos el tiempo parece transcurrir muy lento, mientras que de cerca los detalles pasan a velocidad de vértigo. Desde la distancia, te llegan noticias de cómo sigue la vida en casa: cumpleaños, personas que se van, fechas señaladas que te perderás... En cambio, en tu nuevo hogar, el día a día va muy deprisa.El concepto de tiempo se deforma tanto que aprendes a medirlo en pequeños momentos, ya sea en un Skype con los de siempre o en una cerveza con los nuevos.

13. La nostalgia te invade en el momento más inesperado.
Un alimento, una canción, un olor... Cualquier pequeñez basta para que, de repente, te inunde la añoranza. Echas de menos detalles que nunca imaginaste y darías lo que fuera para poder transportarte, un instante, a aquel lugar. O para poder compartir la sensación con alguien que te entienda...

14.  Pero sabes que no es dónde, sino cuándo y cómo.
Aunque, en el fondo, sabes que no echas de menos un sitio, sino una extraña y mágica conjugación del lugar, el momento y las personas adecuadas. Aquel año en el que viajaste, compartiste tu vida con personas especiales, fuiste tan feliz. En cada lugar donde has vivido queda un pedacito de quien fuiste, pero a veces no basta con regresar a una ciudad para dejar de echarla de menos.

15. Cambias.
Leerás a menudo que hay viajes que cambian la vida. Y, a pesar de los clichés, vivir en otro país es un viaje que te cambiará profundamente. Sacudirá tus raíces, tus certezas y tus miedos. Quizás no lo creas antes, o no te des cuenta durante. Pero algún día, lo verás con una claridad pasmosa. Has evolucionado, tienes cicatrices, has vivido. Has cambiado.

16. El hogar cabe en una maleta.
Desde el momento en el que tu vida cabe en una maleta (o, si tienes suerte con tu aerolínea, en dos), lo que entendías por hogar deja de existir. Casi todo lo que puedes tocar con las manos es reemplazable; viajes donde viajes, acumularás nueva ropa, nuevos libros, nuevas tazas. Pero llegará el día en el que, en tu nueva ciudad, te invada la sensación de estar en casa. El hogar es quien te acompaña, quien dejas atrás, son las calles donde transcurre tu vida. El hogar también son los objetos al azar que pueblan tu nuevo piso, aquellos de los que te desprenderás sin remordimiento cuando llegue el momento de marcharte. El hogar son los recuerdos, las conversaciones en la distancia con la familia y amigos, un puñado de fotografías. Home is where the heart is.

17. Y... no hay vuelta atrás.
Ahora ya sabes lo que significa renunciar a la comodidad, comenzar desde el principio y maravillarte todos los días.  Y el mundo es tan grande que... ¿cómo vas a renunciar a seguir descubriéndolo?

domingo, 4 de mayo de 2014

¡Feliz Día de la Madre, mamá!

Están por todas partes. Se disfrazan de ejecutivas, abogadas, maestras, camareras, peluqueras... Pero no tienen forma de ocultarlo; se las nota que son madres aunque no lo digan. Viven entre el resto de los mortales, como si nadie se diese cuenta de que son la madre que nos parió a todos. Así, casi nada.

Puede que las reconozcan por su dulzura. Son tan dulces que nos aguantan mucho antes de nacer sin esperar a cambio más que problemas, travesuras, chiquilladas, disgustos y una pubertad insoportable llena de dolores de cabeza. Y con una insensatez descarada que no hay quien entienda, aseguran además que no se arrepienten, que ser madres es lo más maravilloso del mundo. Que están para encerrarlas, vaya.

Son las reinas de los consejos. Sí, son a quien recurres en esas situaciones que te desbordan. Las personas a quienes pides consejo para luego hacer lo que te da la real gana, que por lo general suele ser todo lo contrario a lo que te han dicho. Para tu desgracia, siempre tendrán razón. Lo siento, no podrás librarte. Esto es así. Pero puedes estar tranquilo, nunca dirán "te lo dije" regocijándose de su inminente victoria. Siempre tendrán otro consejo mejor que volverás a no hacer ni puñetero caso. Siempre tendrán un consuelo para tus fracasos aunque te olvides siempre de agradecerle estar ahí en todos tus éxitos.

Y da igual cómo te pongas, todo lo estúpido que seas, todas las salidas de tono que tengas. Ellas estarán ahí, esperando a que les hagas falta. Por muchos "ahora no, luego", los "no seas plasta mamá" o los "hoy no puedo, que he quedado". Por muchas mentiras, y otras tantas verdades a medias. Por muchas noches que llegues tarde, por muchas llamadas que se te olvidó hacer... Estarán ahí, esperando su oportunidad para demostrarte que nunca te faltará de nada, como si estuviesen en deuda con nosotros. Ellas, que nos dieron nada menos que la vida. Aunque sea para llevarte la cena o plancharte esa camisa que eres incapaz de planchar.

Madre mía. La de veces que habré conseguido desquiciarte y la de veces que me has perdonado antes incluso de enfadarte. La de cosas que me has enseñado sin enseñarme. La de broncas a primera hora por no tomar el desayuno. La de tragedias que convertías en comedias con una sonrisa en la boca. La de veces que has estado ahí, escribiendo caricias en mis miedos y la de veces que te habré fallado. Ojalá cupiesen en los dedos de mi mano.

Madre! La de promesas que no he cumplido nunca y lo que me gustaría prometerte que nunca más daré problemas, que a partir de hoy llamaré todos los días... Pero la única promesa que puedo hacerte es que volveré a cagarla. Ya lo sabes. Y la única certeza que tengo es que por muchas veces que meta la pata, por muchos días que se me olvide llamarte, por muchos otros días en los que no te haga ni caso... Siempre estarás ahí, disponible para escribir caricias en mis miedos. 

Así que aunque hoy sea demasiado tarde, y sea también demasiado pronto, GRACIAS. Por todo lo que hemos vivido, por todo lo que nos queda pendiente.  Por cuidarme siempre aunque no siempre lo merezca.

¡FELIZ DÍA DE LA MADRE, MAMÁ!

lunes, 14 de abril de 2014

Guarda ese miedo que lo vela todo y solo se queda diciendo cosas que suenan a triste.

Todo se reduce a unos muros que levantamos con arena rogando que nadie los salte. En algún momento hay que decidirse, los muros no mantienen a los demás fuera, sino a ti dentro. La vida es un caos, somos así. Puedes pasarte la vida levantando muros o puedes vivirla saltándolos, aunque hay algunos muros demasiado peligrosos para cruzarlos. Y lo único que sé es que, si finalmente te aventuras a cruzar, las vistas al otro lado son fantásticas.

sábado, 5 de abril de 2014

Hemos cambiado, peros seguimos siendo los mismos locos de siempre.

Vas en un tren, y parece que las cosas pasan rápido por la ventanilla, pero no, la que va rápido eres tú. Y parece que hemos cambiado. ¡Y vaya si hemos cambiado! Te miras, miras atrás, y ves que las cosas cambian. Que la vida sigue. Y que estás dentro o estás fuera. Que o tiras para adelante o te atropella ese tren que no para. De repente, todos esos sueños que creías que algún día nunca se te irían de tu cabeza, se van. Que nacen otros. Nacerán de nuevo. Se irán. Y volverán a nacer otros. Y así. 

Miras atrás, y ya, por fin, acabas por dar por bueno todo lo que hiciste, acabas aprobándolo, aunque sea con un cinco raspado. Qué más da. No hay que darle más vueltas a nada. Hay que seguir. Pero miramos atrás. Y no es malo. Porque mirar para atrás es ver cuánto hemos cambiado. Como el orgullo, ese que de niño no existía, se va convirtiendo en dignidad. Como tu carácter se acentúa, tu temperamento se moldea y tu personalidad se forja. Como vas perdiendo y ganando cosas nuevas. Que cada día conoces a más gente, pero de una manera inversamente proporcional al tamaño de la circunferencia de ese círculo inmenso que rodeaba tu vida. Tu círculo más íntimo se va estrechando. Va mejorando, se vuelve más exquisito. Los flecos que colgaban, los vas recortando - o mejor dicho, se van cayendo por sí mismos - van desapareciendo. 

Te vas dando cuenta de que el barrio en el que naciste quedó lejos. Que en el pueblo van quedando cada vez menos amigos. Que esos veranos de dos meses quedaron atrás. Y que, encima, los fines de semana ahora parecen más cortos. Te das cuenta de lo delgada que estabas y de la cara de pardilla que gastabas. Que una fotografía ahora dice mucho más que antes, y que ese amor de tu vida, con el que con un abrazo el tiempo se paraba, quedó allá donde quedan guardados los mejores momentos. Pero ya está. Que algunos de esos amigos que te dijeron nunca faltar, faltaron, y que tú - para que mentir - también faltaste alguna vez. Que en aquellos padres que te dieron la vida, las arrugas van dibujándose y que, por cada una que se dibuja, tu orgullo por ellos va creciendo. Te das cuenta, al fin, de cuánta suerte has tenido y de cuánto has crecido como persona. Te das cuenta de que no amas como amabas, que no quieres como querías, que ahora quieres. Amas. Pero distinto, ni mejor ni peor. Distinto. Aunque quien entra en tu vida ahora, ya no lo hace para un rato. Si entra, es para quedarse a tomar más de un café. Que relativizas lo que nunca jamás creíste que relativizarías. Que algunos grises se vuelven blancos o negros, y algunos blancos y negros se vuelven grises. Y otros, hasta de colores. Aprendes que no todo está en tus manos y que, a veces, es mejor una retirada heroica que una batalla sin nada por conquistar. 

En definitiva, te das cuenta de que hemos cambiado, que todos hemos cambiado y que, por nada del mundo, cambiarías nada de lo que hiciste hasta el momento. Porque hoy miras atrás, ves que todo cambió y que hoy eres un mosaico compuesto de vivencias, locuras, desengaños, alegrías, risas y llantos. Porque la vida tiene dos opciones: o sí o no. Y nada increíble nace de un "no", y todos aquellos síes que salieron de tu boca lo hicieron porque en ese momento tuviste el valor de hacer lo que la mayoría te dijo que no hicieras. Porque pensándolo bien, todos aquellos síes nos dieron los mejores recuerdos que hoy podemos tener. Da igual lo qué fuera, con quién saliste, qué borrachera cogiste o qué tipo de locura viviste. Y es que si hoy estamos aquí, y somos lo que somos, no lo somos por aquello a lo que dijimos que no, es por aquello a lo que dijimos que . Y esos síes, que hubo y habrán, me hacen saber que sí, que hemos cambiado, pero que seguimos siendo los mismos locos de siempre.

sábado, 29 de marzo de 2014

Compañeras de vida.

"Quizá nuestras amigas son nuestras verdaderas almas gemelas y los hombres gente con la que divertirnos"

Una amiga no es aquella que te llama ni te escribe todos los días, tampoco le pidas que te cuente todas las veces que sale de cañas a lo largo de la semana y mucho menos qué tal le va todo en clase. Las verdaderas amigas son las que se saben tu armario de percha a percha, las que entran en tu casa y, sin saludar, van directas al frigorífico. Las que son amigas de tu madre y le cuentan más cosas que tú. Esas que te miran de arriba a abajo un sábado y se ríen de ti al bailar, las que alabarán tus blusas aunque sean trapos y te maldecirán por no tener su número de zapato.

Las verdaderas amigas sufren tus desamores igual o más que tú y se sentirán orgullosas de darte los peores consejos. Son aquellas que quedan contigo una hora antes porque saben de tu impuntualidad y se pasan las horas pasándote la plancha por el pelo para que en 5 minutos de una noche de diciembre se te encrespe. Y te aguantan, a ti y a tus amores, a tus sermones, a tus días aburridos. A tus peores ciegos, a tus tacones en el bolso y a tus lágrimas cuando te deja el capullo de turno. Y cuando dicho capullo decide volver contigo. A ti cuando has suspendido el examen y cuando tienes bronca con tu madre. A ti de compras cuando la usas como perchero y a ti cuando le robas patatas fritas.

Puedes pasarte días sin hablar con ellas, meses sin verlas, pero más de una vez serán tu mejor refugio, las que harán que te levantes mil veces y, les cueste lo que les cuesta, te sacarán una falsa sonrisa. Su casa será tu segunda casa y su armario el tuyo. Y son el abrazo más sincero cuando las cosas no salen como una espera.

Por las amigas que nunca dejan de reírse de los errores, de las que se ríen antes de que abras la boca y de las que se inventan cualquier historia para hacerte reír. Por las que te alegran la vida sin darse cuenta de lo que hacen. Por las posturitas, las chapas, la loca, la razonable, la que no sabe andar en tacones, la que se las bebe de tres en tres, la morritos, la de los vestidos que te dejan sin respiración, la obsesionada con tomar el sol, la que viaja más que Willy Fog, la que nunca está y la que no se pierde ni una. Porque a todas les une un hecho tan simple como ser amigas sin haberlo planeado ni elegido. Por las que hablan de las demás con orgullo y las defienden aunque no tengan razón. Por las que saben perdonarse con un abrazo, por las que tienen un carmín rojo unitario, por las que siempre recuerdan las mismas anécdotas y salen por los mismos lugares. 

Por las que más que amigas, llegan a ser hermanas. Y además se quieren como tales.

Tal y como fuimos wordpress.

domingo, 16 de marzo de 2014

Cada momento tiene que ser especial.

¿Sabéis? Yo creo en la magia. Yo nací en un tiempo mágico, en una ciudad mágica y entre magos. Casi ninguno de los demás se daba cuenta de que vivíamos en una telaraña mágica conectada por los hilos de plata del azar y de las circunstancias. Pero yo siempre lo supe. 

Veréis, en mi opinión, todos empezamos conociendo la magia. Nacimos con torbellinos, bosques en llamas y cometas dentro de nosotros. Nacimos siendo capaces de cantar a los pájaros, de leer las nubes y de ver nuestro destino en un grano de arena. Pero luego la vida hace desaparecer la magia de nuestra alma, porque la educan, la dan unos azotes, la lavan, la peinan... Nos ponen en el camino recto y nos dicen que seamos responsables, que nos comportemos de acuerdo a nuestra edad. ¿Y sabéis por qué nos dicen eso? Porque la gente que nos lo dice tiene miedo de nuestra fuerza y juventud, y porque la magia que conocemos les hace sentir vergüenza por lo que han dejado marchitar en su interior. Cuando te has alejado tantísimo de ella ya no la puedes recuperar, puedes tenerla unos segundos, unos segundos para verla y recordarla. 

Cuando la gente llora viendo una película es porque en la oscuridad del cine uno llega a rozar el estanque dorado de la magia, aunque sea brevemente. Después vuelven a ponerse bajo el deslumbrante sol de la lógica y la razón y la magia se seca, y todos sienten triste el corazón sin saber por qué. Cuando una canción despierta un recuerdo, cuando las motas de polvo que se mueven en un rayo de luz apartan tu atención del mundo, cuando de noche oyes pasar un tren en la distancia y te preguntas a dónde irá, y cuando das un paso más allá de lo que eres y de dónde estás, por unos breves instantes, has entrado en el reino de la magia. Eso creo yo.

martes, 11 de marzo de 2014

jueves, 6 de marzo de 2014

La suerte ayuda a los que quieran volar más allá del miedo.

Querido miedo, sé que me acompañas en la vida, te noto en muchos momentos cuando pasas a mi lado. Hay días que puedo oler tu perfume cuando aún no has llegado. Sé que estás ahí latente, como esperando tu momento para saltar y hacerte cargo de la situación, agazapado siempre entre mis sentimientos, vives buscando cualquier excusa para dar sentido a tu existencia. Te conozco mucho, más de lo que me gustaría, hemos vivido tantos momentos juntos... Algunas veces hasta me he creído capaz de vencerte, abatirte con la espada de la mentira, sin darme cuenta de que lo único que hacía era alimentarte mientras tú te reías a mis espaldas para volver más fuerte que antes. 

Querido miedo, tengo algo importante que decirte. Creo que ya he entendido que tú eres un compañero en mi viaje, como Golum acompañando a Frodo por la Tierra Media, eres imprescindible para que pueda cumplir mis metas, pero yo estaba ciega, y veía tantas cosas feas de mí misma reflejada en ti, que solo quería destruirte para siempre, y hoy sé, que eso es imposible. Ahora quiero volver a empezar de nuevo. Quiero explicarte que es lo que me pasa, quiero serte sincera, y la verdad es que ya no me importa que nos escuche más gente, porque no quiero volver a esconderte nunca más delante de nadie. Quiero que entiendas que ahora las cosas son distintas a como eran antes, que ahora soy yo la que quiere utilizarte a ti, para ser más fuerte, para poder enfrentarme a todos los retos que tengo por delante y no ser tú el que me utilices a mí para sentirte poderoso y grande. 

Querido miedo, siento decirte esto, y sé que te va a doler cuando lo leas, pero tú ya no vas a ser el protagonista de mis sueños, no vas a poder disfrutar de lo que hago, como siempre metiéndote en la mitad de todo para hacerme dudar cuando las cosas salen bien o para castigarme cuando salen mal. He aprendido a no luchar contra ti, y ahora quiero utilizarte, usarte como un trapo, limpiar contigo todos los rincones a los que no llego. Voy a bucear hasta lo más profundo para asegurarme de que estás aquí entero, que no queda ninguna parte de ti escondida que me esté tomando el pelo. Porque es para eso para lo que sirves, para ser mi siervo, para obedecerme, para ponerte a mis pies y llorar como un cobarde pidiendo volver a ocupar tu trono de humo. Pero no voy a dejarte llegar a dominarme de nuevo. Voy a saltar al vacío, ya no hay nada que lo impida, así que ven conmigo porque es tú única salida. Estamos solos en este juego, querido miedo, ahora soy yo la que lo maneja, ni tu ira ni tu fuego.

lunes, 3 de marzo de 2014

Lo nuestro es tan genial que nadie puede decir que lo entiende porque no es así.

"Son mis amigos, en la calle pasábamos las horas. Son mis amigos, por encima de todas las cosas".

Sonaba esa canción de Amaral el sábado por la noche y no pude evitar motivarme, emocionarme y cantarla con ellos, con mis AMIGOS. Llevábamos desde verano sin estar todos juntos y hasta verano no les volveré a ver. Es cierto que han sido solamente dos días, pero han sido muy intensos, que es lo verdaderamente importante. Aunque, sin duda, lo mejor de todo es sentir que nada ha cambiado entre nosotros a pesar del tiempo que llevábamos sin vernos.

Así que debería haber una palabra que significara más que increíble para definir todo esto, lo que nos une. Como si coges algo grande y lo elevas al infinito, de nuevo al infinito y le sumas uno. Y lo elevas al infinito otra vez. De modo que todo eso ocupe el universo, y a su vez haga que se extienda, por lo menos dos o tres veces más rápido que cuando lo hace a su ritmo habitual. Porque no para, no se está quieto, corre y crece como si de un niño con una dieta a base de "Petit Suisse" se tratase. Y el niño crece, se hace grande y fuerte, valiente, noble, sincero y tierno. Al igual que nuestra amistad. Que no le salen piernas, pero sí puede correr y volar llegando a lugares insospechados. No se cae, pero tiene heridas, muy poco frecuentes, pero las tiene.  Pero ahí llega nuestra agua oxigenada y le da aire para sobrevivir, liberarse y renovarse y a la vez agua para que fluya como siempre, de esa manera que parece que ningún océano es lo suficientemente grande para él. No crece, más bien madura, aprendiendo de nuestros defectos y nuestras virtudes, también de nuestros aciertos y nuestros pequeños fallos a la vez. Y es bueno, muy bueno, tan bueno que puede hacer feliz a varias personas al mismo tiempo.

La distancia la hacen las personas, no el espacio. Por muy lejos físicamente que puedas tener a alguien, puedes sentirle más cerca que a gran parte de las personas que te rodean. Así que no temo el separarnos de nuevo porque sé que cuando nos volvamos a juntar todo seguirá igual.  Y, de verdad, no hay sentimiento más emotivo que ese, el alejarte y darte cuenta de que no estás solo, de que siempre están ahí aunque no los veas y de que cuando nos rencontremos nada habrá cambiado.

Mi hogar son ellos, no los sitios.

martes, 25 de febrero de 2014

¡Felicidades papá!

Rara vez decimos las palabras adecuadas. Casi nunca pueden acercarse a lo que sentimos.


Por ti lucharé, por todo el cariño que has puesto conmigo. Por todo tu tiempo, por haber querido tenerme contigo. Y por tu calor y por tanta magia me quedo contigo. Y por por tu calor y por tu carisma te llevo conmigo.

lunes, 17 de febrero de 2014

Es el final que no quisimos, pero que llegó.

Tanto tiempo sin llamarte "mi vida". Tanto tiempo sin escribirte a la cara. Esta vez solo tú sabes que me dirijo a ti. Te escribo a toro pasado, después de la batalla, cuando dicen que todos somos generales. Pero te juro que ha sido necesaria la distancia de un adiós y el tiempo de varios silencios para poder atreverme a esto. Te preguntarás por qué lo hago aquí y de esta manera. Que por qué nos tienen que estar escuchando. Tranquilo. No les voy a contar nada que tú no quisieras que oyesen. Sólo están a modo de testigos, no de jueces, y ni van a hablar ni van a decirnos nada. Nos leen, y coincidirán o no, pero eso jamás lo tenemos por qué saber tú y yo.

El hecho, la verdad, es que te he estado echando tanto de menos que todavía a veces me lloro encima. Te he buscado, no ya en otros brazos, sino en otras miradas que no tenían tus ojos, en otros labios que cerraron los míos, en otras caricias que no me hicieran olvidar las nuestras. El olvido se me fue de las manos, y hasta la fecha aún me ha sido imposible decirle cómo, cuándo y dónde dejarte atrás. Imagínate cómo lo he pasado que he llegado a envidiar a los que aún no te conocen, porque ellos pueden soñarte a placer sin la angustia de saber que realmente existes.

A estas alturas, ya todo es tarde. A medida que le daba puerta a tu ausencia, he ido echando paladas de otras tierras sobre esta añoranza tuya. No me mal interpretes: no es ingratitud, es supervivencia. 

Acabadas presentaciones e impresentables, quiero decirte que nada de esto ha sido en vano. Siempre he creído que el arrepentimiento era el analgésico de los moralistas y el anestésico de los cobardes. Y, hoy por hoy, sigo valientemente orgullosa de haberlo intentado, de haber perdido todo y haber sentido lo que tú me has hecho sentir.

Una relación puede ser el mejor espejo, a veces cóncavo, a veces convexo, jamás plano, que enfoque y descubra partes de ti que jamás habías visto desde esa perspectiva. Nos hemos dolido hasta decir basta, nos hemos herido aún convalecientes, y nos hemos curado hasta resucitarnos casi del todo. Quien no haya fracasado como nosotros, no tiene ni puta idea de hasta dónde se puede creer, querer y caer.

Que se aparten los Romeos y Julietas, que miren y aprendan los amantes y amados de cualquier época, raza y condición, que tú y yo hemos tocado todos los cielos del primero al séptimo, que tú y yo hemos mordido el polvo de todos los infiernos, que tú y yo nos hemos devuelto a la vida, a la muerte, y a todo lo que pueda haber entre medio.

Pero gracias a ti he descubierto muchas más cosas. Que lo bueno de la ruptura es todo lo que pone en evidencia. Para empezar, lo más obvio, que seguro que podríamos haberlo hecho mejor. Dejar atrás, a un lado, las demás personas y cosas, superar los obstáculos siempre que hubiéramos caminado juntos. Dejarse es sólo el principio del principio. Del psicoanálisis, de la psicoapatía, de las psicrobacias.

Segundo, se puso en evidencia el entorno de la relación. Como ocurre en la vida, en los suburbios de un amor es donde suelen vivir las cosas más auténticas e indeseables del acto de quererse. Amigos, familia, conocidos, todos de pronto se sienten en la obligación moral de tomar partido, cuando nadie se lo ha pedido, y sobre todo, de tratar de entender las cosas que ni siquiera uno acierta a explicarse.

Ahora, con el deseo roto y la intuición dañada, uno intenta recobrar algún resquicio de credibilidad, primero ante uno mismo, luego ante los demás. Parece que, como te equivocaste, todas las promesas que quedan suspendidas en el calendario ejercen de cachitos de mentira contra la ingenuidad de cualquier nueva emoción. Te fallaste, y fallaste a todos los demás, así como a cualquier compromiso que puedas adoptar en un futuro inmediato, simplemente por el hecho de que éste no te funcionó como esperabas.

Además, cada vez que fracases en una relación, no te preocupes, que vendrá algún capullo recordándote lo mucho que estabas dispuesto a invertir en esa relación. Es como si ése se alegrara de todo lo que ahora parece hecho añicos. Poca gente te viene a decir que hiciste bien en fiar, fiarte, confiar y confiarte. A poca gente le importa que aquello deba tener algún valor para ti, y que así no todo sea tiempo malgastado.

Por último, se puso en evidencia mi máxima favorita: que crecer es aprender a despedirse. Un proceso de aprendizaje en el que vamos ganando maestría, pues parece que cada vez nos despedimos mejor de las cosas, situaciones y personas. Aquí tú has estado increíble. "Pues yo contigo espero aprender a no despedirme". Y me volviste a dejar con esa cara de tonta.

Supongo que no te importará que te lo diga ahora, pero has sido el referente, un nuevo paradigma, la nueva tabla de medidas en un universo pequeño y poco dado a las sorpresas hasta que tú llegaste. Creo que jamás estaré segura de haberlo dejado contigo. Y eso es precisamente lo que te hace grande, lo que nos hizo grande a los dos

Ya sólo nos queda la distancia de sabernos desde lejos. Algún día, como suele pasar por los barrios de esta edad, nos volveremos a encontrar, tú con alguien, yo con otro, y deberemos luchar contra esa naturaleza que nos amarró desde el principio, sorteándola con una sonrisa y alguna broma que sólo tú y yo entenderemos.

Si crecer es aprender a despedirse, tú me has enseñado a no querer despedirme, por mucho que no lo hayamos conseguido. Igual porque no supimos ver que si separas un adiós como nos hemos separado tú y yo, así, de cuajo y recién empezado, lo que te queda es esta esperanza idiota con forma de petición tan absurda como a quien va dirigida, ese alguien en el que por un momento necesitas creer con todas tus fuerzas, ese alguien al que suplicas, por una vez y sin que sirva de precedente, que te haga caso, un deseo sincero dirigido a nada más ni nada menos que a él. A Dios.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Y es que a mí nunca me parece suficiente.

Dicen que la gratitud en silencio no sirve a nadie. Yo pienso que si tal silencio va acompañado de gestos como el vuestro, sobran las palabras.

sábado, 1 de febrero de 2014

Madrid es ella.

Ella era toda la poesía que se escribía en Madrid.
Era el verso más bonito de Gran Vía.
La boca más hermosa de Malasaña.
Los ojos más tímidos de los cines de Callao.
La cabeza más heavy que había pasado por Argüelles.
La cintura más bonita que veías por el metro.
Las piernas más largas de la Plaza Mayor.
La falda más corta de Montera.
La usa que aún seguía inspirando a la estatua de Bécquer.
El rayo de sol más brillante de una tarde de domingo en el Retiro.
La reliquia más bonita del Rastro.
La que podía domar los leones de Cibeles.
La quinta torre de Madrid.
El palacio más real de todo mi reino.
Madrid es ella, y yo solo una de sus calles.
Ella es el monumento que fotografía Atocha.
La que se manifiesta frente al Congreso.
La decimotercera uva de la Perta del Sol.
El cabello más hermoso de Salamanca.
A la que todos los hindúes regalan rosas y cervezas en La Latina.
Los labios más rojos del Calderón.
La más loca de toda Chueca.
La de la carpeta roa del campus de la  Complutense.
El paseo más largo a través de toda la Castellana.
El culo más bonito del Retiro.
El corazón más salvaje del Bernabéu.
El musical más visitado de Gran Vía.
El teatro con menos aforo de la capital.
La mejor obra de arte del Prado.
La que envuelve en flores a los toros en las Ventas.
Ella es la única estrella que brilla en Madrid.
Ella es Madrid.
La que baila como una loca en medio de una pista de cualquier garito de Huertas.
La chica de Tirso, y la Lady Madrid de Pereza.
A la que no hace falta escribirle, porque es pura poesía.
La que es capaz de enderezar las Torres Kio.
El cubo más helado de cerveza de la Sureña de Gran Vía.
La nariz más roja de Casa de Campo.
Los acordes de jazz más hermosos del Café Ccentral.
La niña que ríe como nadie en Cortylandia.
Los copos de nieve que los tejados echan de menos.
La única diosa de todas las catedrales.
A la que cantan en Libertad 8.
El único monumento del Templo de Debod.
La palabra más bonita del barrio de las letras.
La única movida que existió en Madrid.
Ella, ella, ella, ella. Ella es Madrid.