miércoles, 29 de octubre de 2014

Soy maestra.

Ayer, alguien me dijo: "¿Todavía estás de vacaciones? ¡Tú nunca trabajas!". En tu imaginario, quizás tengo las mejillas rosas y los ojos bien abiertos, salto de alumno en alumno para explicarles con canciones las reglas más difíciles y luego me quedo dormida con un sueño profundo y dichoso, orgullosa del trabajo realizado y satisfecha con todas mis aficiones: cocina, guitarra, pintura y grabado en relieve. Te informo, querido alguien, de que mis diez últimas semanas trabajadas de 50 horas cada una, sola frente al ordenador, frente a los alumnos o a mis cuadernos, no me han dejado energía ni para poner la lavadora. Estoy hecha una mierda, tengo ojeras y estoy cerca de sufrir coma por agotamiento. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen saltando por ahí sin descanso.

Ayer, alguien me dijo: "Qué suerte tienes, a las 4 ya has terminado tu jornada". En tu imaginario, puede que tenga un ejército de pequeños elfos que por la tarde van al colegio a imprimir los ejercicios y a corregir las copias, lo que me permite merendar galletas de chocolate mojadas en leche tranquilita en el sofá. Te informo, querido alguien, de que para mí, a las 4 comienza en realidad lo más duro de la jornada. Varias horas de trabajo fastidiosas, con los ojos entornados sobre las líneas azules de los cuadernos para no dejarme ni una sola falta de ortografía, lo que daría lugar a la reacción inmediata de un padre descontento por la ineptitud de la profesora. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen pegando sus hojas del revés y escribiendo octubre sin r. 

Ayer, alguien me dijo: "Bueno, sumar llevando tampoco es tan complicado". En tu imaginario, la tarea más ardua de mi trabajo quizás consiste en dividir con dos cifras. Claro, yo en quinto dejé el colegio, porque no necesita más para ser maestra de infantil. Pues que sepas, querido alguien, que la pedagogía es una ciencia compleja, y que cada actividad simplista propuesta a mis alumnos es, de hecho, el fruto de una reflexión intensa que hace que mi cerebro eche chispas. Hay que pensar en actividades progresivas, repartirlas en la semana, el período, el año, el ciclo... pero, bueno, te pierdo, me falta pedagogía. Y, mientras tantos, los alumnos siguen olvidándose del castigo.

Ayer, alguien me dijo: "Yo también cuido a mis sobrina pequeña los miércoles". En tu imaginario, puede que yo me dedique a la guardería. Hacemos pinturas libres con los dedos, jugamos al 1, 2, 3, pollito inglés y nos lavamos los dientes antes de la siesta. Que sepas, querido alguien, que yo no me dedico a cuidar a tu sobrina pequeña. Yo enseño, repito, educo, cuido, escucho, dialogo y aprendo. Hago de profesora, enfermera, psicóloga, policía, asistenta social, mediadora, pero no de niñera. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen trabajando, equivocándose y aprendiendo.

Ayer, alguien me dijo: "Yo también debería haber sido profesor". En tu imaginario, ser maestro quizás signifique tener un montón de vacaciones, acabar el trabajo a las 4, enseñar nociones elementales y pasar el tiempo entre recreos, plástica y gimnasia. Te informo, querido alguien, de que las oposiciones están abiertas a todo el mundo y que aceptamos mejor a los nuevos compañeros que los comentarios exasperantes. Que sepas que firmarás para toda la vida con una sonrisa forzada. Pero como a nosotros nos gusta nuestro trabajo, estamos dispuestos a oír cualquier cosa... 

martes, 21 de octubre de 2014

No puedes detener aquello que ya está contigo.

¿Cuántas veces hemos escuchado la frase esa de "¡Pero cuánto daño han hecho las películas!"? Me refiero a escenas del cine que se han convertido en todo un clásico. Hablo de Julia Roberts cayendo en brazos de Richard Gere, quien llega para recogerla con una limusina, unas flores y un paraguas simulando una espada al grito  "¡Baje, Princesa Vivian!". Hablo de  Meg Ryan y Tom Hanks encontrándose en lo alto del Empire State (y volvieron a hacerlo mandándose e-mails) o de Paul Newman y  Katherine Ross montando en bicicleta al rimto del mítico "Raindrops keep falling on my head". 

Hablar de cine es hablar de Audrey Hepburn o la famosa Holly huyendo de la policía de la mano de George Peppard por la Quinta Avenida. Gregory Peck y su "desconfiada esposa". Ali McGraw y Ryan O'Neal en su Love Story. La psiquiatra Barbra Streisand coqueteando con El príncipe de las mareas. Leonardo Dicaprio salvando la vida de una joven rica tras el hundimiento del trasatlántico más grande del mundo. Meryl Streep y  Robert Redford viviendo una historia de amor en África. Brad Pitt seduciendo a una joven médico en una cafetería. Un vecino de Notting Hill enamorándose de una actriz de Hollywood.  Bridget y su diario.

Seguramente os habrá venido a la cabeza alguna que he olvidado mencionar. Sí, esas que vemos a escondidas (o en la mejor compañía) con un clínex siempre cerca para echar alguna que otra lagrimilla. Decir que su existencia nos ha hecho daño es una de las frases más absurdas que he oído, y estoy harta de leerlo en las revistas o en boca de alguna amiga. Estas historias SÍ existen, pero más que de historias en sí hablo de momentos... de "escenas" en que a ella le tiemblan las rodillas con voz en-tre-cor-ta-da y él muestra su lado desconocido por el resto del mundo.

Así que esta frase no es más que una fachada que algunos utilizan para refugiarse en lo simple. Quizá todo se reduzca a que nunca les temblaron las rodillas con fulanito ni con menganita... y no es algo que ocurra todos los días. Así que, espero que cuando llegue ese momento seas capaz de reconocer tu propia escena y no dejarla escapar; que tengas el coraje de darle al pause y alargarlo para siempre. Lo reconocerás porque al principio te sentirás sumamente ridículo/a, tan ridículo/a que tu cerebro solamente será capaz de decir chorradas del tipo "surrealista pero bonito" (tranqui, ya le pasó a Hugh Grant y no acabó tan mal la cosa). Después vendrán las carcajadas constantes, no pararás de reírte y te sentirás a gusto, muy a gusto. Y es que, al final y al cabo, sin estas escenas nuestro cine, o mejor dicho, nuestra vida, se reduce a poco.

sábado, 11 de octubre de 2014

Algo de luz a este desconcierto.

Estamos perdiendo la costumbre de subir por las escaleras. De regalar libros. De firmarlos. De comer manzanas a bocados y pipas en los bancos. De escuchar la radio. De los politonos. De cantar bajo la ducha un lunes. De perdonar. De leer tebeos. De los toques para ligar. De escribir la carta a los Reyes. De hacernos fotos para un mural de corcho. De mandar postales. De apagar el móvil por la noche. De usar la licuadora. De reír a solas. De reírnos de nosotros. De reírnos del mundo.

Perdiendo la costumbre de medirnos sólo por aquellos que se miden por nosotros. De ser lo que éramos. De no importarnos la opinión de los demás. De viajar sin rumbo. De no tener miedo.  De leer miradas, labios y besos. De ser contemplativos. De recordar. De cerrar los ojos. De estar a solas. De compartir una puesta de sol. De querernos más que nadie. De decir lo que sentimos. De disfrutar un café. De admirar a nuestros mayores. De ser más personas.

Perdiendo la costumbre de ser héroes de nuestros amigos. De quererlos como hermanos. De discutir con ellos a la cara. De meternos el orgullo por donde siempre cabe. De dejarnos la mochila en casa. De olvidar. De poner punto y final. De reconciliarnos a cervezas y vinos. De volver a casa sólo con ellos. De saber que son la familia que elegimos. De eso de "o todos, o ninguno". De eso de "todos para uno, y uno para todos".

De jugárnosla. De regalar flores. De invitar al cine. De comer con vino. De escribir de puño y letra. De mandar cartas. De los sellos de correos. De visitar buzones amarillos. De la sobremesa. De llamar a los fijos. De picar un timbre. De esperar en un rellano. De besar en los portales. De querer sin recelos. De subir a una azotea. De saborear unos labios. De recorrer un cuerpo con la mirada. De acariciar una espalda con un solo dedo. De besarnos con una caricia. De desnudarnos sin quitarnos la ropa. De despedirnos en la parte de atrás del coche.

Estamos perdiendo la costumbre de vivir la realidad. De salir a la calle sin móvil. De escuchar música. De los abrazos de verdad. De los achuchones. De las risas. De las carcajadas a la cara. De sentir. De dejarnos llevar. De no planear, de no medir, de no buscar excusas. De dar las gracias. De decir lo siento y te quiero. De hacer el amor. De no perder el tiempo. De saber que la vida son tres días y que no estamos para perder las malas costumbres.