domingo, 22 de junio de 2014

Al igual que las flores que se esparcen en la tormenta, la vida humana es sólo un adiós.

La gente suele tener la idea de que soy una mujer muy fuerte. No lo soy. No soy lo suficientemente fuerte para mostrarme vulnerable, y por eso, frente al mundo, escondo lo que siento. Pero las pérdidas, los adioses y las despedidas me duelen enormemente. He aprendido, sin embargo, que si una no practica el desapego, que si no aprende a dejar marchar, acaba siendo una esclava, esclava de sus limitaciones y de su propia dependencia. Lo importante es no sentir miedo de perder lo que se tiene. Y no sufrir por las pérdidas, sino reciclarlas. Una persona que aprende a vivir con lo que tiene, pero no siente temor a perderlo, se puede considerar verdaderamente libre.

He estado en Vancouver solamente tres meses, pero he conocido personas increíbles y sé que algunas de ellas estarán en mi vida mucho tiempo. He recibido tanto como he dado, o más. Dar es recibir sin condiciones. Dar y recibir son las dos caras de la misma moneda, porque desde la entrega y la recepción se puede experimentar tanto el miedo como el amor. En ese sentido quiero agradecer mucho, de corazón, todo el cariño que me ellos han transmitido durante estos tres meses.

Y ahora estamos más distantes, pero a la vez somos más cómplices y siento que esta pequeña hoguera que yo encendí y que ellos avivaron no se apagará. Pero así es la vida, se van, nos vamos, nos distanciamos, por más que intente al despedirme guardarles enteros en mi corazón. Ahora tenemos que separarnos, estas páginas se acaban, tenemos que irnos para emprender otros caminos. Pero seguiremos cerca. Porque un río cambia el nombre según el territorio que atraviesa, pero es siempre agua. Hilo raquítico cuando cruza tierras áridas, caudal imparable en las zonas más verdes, pero siempre agua. Agua que fluye hacia delante, hacia el encuentro con el mar. Y entonces una suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma.

No apetece escribirlo, lo tengo en la punta de los dedos, pero tiembla, se resiste. Ahí va, tecleo cinco letras: adiós. Adiós. Como una bola enorme que caía, ha llegado el instante. Pero no un adiós cualquiera. Porque un adiós es inútil y triste si no es bienvenida: y cada despedida es también una bienvenida hacia una vida nueva. La vuestra y la mía. La vida está llena de adioses, y por cada adiós, una bienvenida.

Como decía Buesa: "Decir adiós... La vida es eso".