domingo, 16 de marzo de 2014

Cada momento tiene que ser especial.

¿Sabéis? Yo creo en la magia. Yo nací en un tiempo mágico, en una ciudad mágica y entre magos. Casi ninguno de los demás se daba cuenta de que vivíamos en una telaraña mágica conectada por los hilos de plata del azar y de las circunstancias. Pero yo siempre lo supe. 

Veréis, en mi opinión, todos empezamos conociendo la magia. Nacimos con torbellinos, bosques en llamas y cometas dentro de nosotros. Nacimos siendo capaces de cantar a los pájaros, de leer las nubes y de ver nuestro destino en un grano de arena. Pero luego la vida hace desaparecer la magia de nuestra alma, porque la educan, la dan unos azotes, la lavan, la peinan... Nos ponen en el camino recto y nos dicen que seamos responsables, que nos comportemos de acuerdo a nuestra edad. ¿Y sabéis por qué nos dicen eso? Porque la gente que nos lo dice tiene miedo de nuestra fuerza y juventud, y porque la magia que conocemos les hace sentir vergüenza por lo que han dejado marchitar en su interior. Cuando te has alejado tantísimo de ella ya no la puedes recuperar, puedes tenerla unos segundos, unos segundos para verla y recordarla. 

Cuando la gente llora viendo una película es porque en la oscuridad del cine uno llega a rozar el estanque dorado de la magia, aunque sea brevemente. Después vuelven a ponerse bajo el deslumbrante sol de la lógica y la razón y la magia se seca, y todos sienten triste el corazón sin saber por qué. Cuando una canción despierta un recuerdo, cuando las motas de polvo que se mueven en un rayo de luz apartan tu atención del mundo, cuando de noche oyes pasar un tren en la distancia y te preguntas a dónde irá, y cuando das un paso más allá de lo que eres y de dónde estás, por unos breves instantes, has entrado en el reino de la magia. Eso creo yo.

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