miércoles, 11 de abril de 2012

Diciéndonos bajito que lo nuestro siempre será eterno.

Es imposible no recordar la fecha concreta de aquel día: 11 de abril del 2009, porque fue cuando comprendí que me había enamorado de ti del todo, en todo, por todo, con todo y sin remedio. No soy capaz de reconstruir con precisión las circunstancias de aquel descubrimiento, porque no tenía la costumbre de sentir nada parecido. Empecé a pensar solamente en ti, en tu cuerpo, en tu piel, en tus gestos, en tu manera de sonreír, de ponerte serio, en tu forma de mirar, de mirarme. Desde entonces, mi tiempo tiene tu nombre, los días, las horas, los minutos, los segundos se definen por ti y hacia ti, y sólo existen dos momentos en mi vida, los que gano a tu lado y los que pierdo por las esquinas de un mundo que te proclama en cuanto contengo, las personas y los objetos, los paisajes y los edificios, la luz y la sombra, porque en todas partes te veo. 

Desde hace tres años, caí por esa pendiente tan deprisa que no llegué a cobrar conciencia de mi propia velocidad, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, mi vida ya se había convertido en algo que me consentía vivir una vida más grande que la mía y que tenía tu nombre, igual que el tiempo. 

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