Creamos las ilusiones que necesitamos para seguir adelante. Y, un día, cuando ya no nos deslumbren ni nos reconforten, las derribaremos, ladrillo a ladrillo, aunque sean brillantes, hasta que no nos quede más que la luz reluciente de nuestra honestidad. La luz es liberadora. Necesaria. Terrorífica. Nos quedamos de pie ante ella desnudos y vacíos. Y cuando nuestros ojos no pueden soportarla más, construimos una nueva ilusión que nos proteja de su implacable verdad.
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