jueves, 5 de enero de 2012

Me gustas cuando estás tan cansado de estar en mi cabeza.

- Es que me gustas mucho - él siempre se defendía con el mismo argumento, una verdad pavorosa, suficiente, porque era cierto que le gustaba mucho, tanto que cuando no estaba con ella, la veía en el techo de la biblioteca de la facultad, en los escaparates de las pastelerías, en el café con leche de todos sus desayunos, en el trozo de cielo que se distinguía desde el balcón de su cuarto, y por eso, cuando la tenía delante, se le iban los ojos, y las manos, y la boca, detrás de ella, encima de ella, a través de ella, y no podía evitarlo, necesitaba tocarla, besarla, apretarla entre sus brazos hasta sentir el relieve de sus costillas en la yema de sus dedos, porque le gustaba mucho, más que mucho, tanto como ninguna otra cosa que existiera en este mundo

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