Ayer, alguien me dijo: "¿Todavía estás de vacaciones? ¡Tú nunca trabajas!". En tu imaginario, quizás tengo las mejillas rosas y los ojos bien abiertos, salto de alumno en alumno para explicarles con canciones las reglas más difíciles y luego me quedo dormida con un sueño profundo y dichoso, orgullosa del trabajo realizado y satisfecha con todas mis aficiones: cocina, guitarra, pintura y grabado en relieve. Te informo, querido alguien, de que mis diez últimas semanas trabajadas de 50 horas cada una, sola frente al ordenador, frente a los alumnos o a mis cuadernos, no me han dejado energía ni para poner la lavadora. Estoy hecha una mierda, tengo ojeras y estoy cerca de sufrir coma por agotamiento. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen saltando por ahí sin descanso.
Ayer, alguien me dijo: "Qué suerte tienes, a las 4 ya has terminado tu jornada". En tu imaginario, puede que tenga un ejército de pequeños elfos que por la tarde van al colegio a imprimir los ejercicios y a corregir las copias, lo que me permite merendar galletas de chocolate mojadas en leche tranquilita en el sofá. Te informo, querido alguien, de que para mí, a las 4 comienza en realidad lo más duro de la jornada. Varias horas de trabajo fastidiosas, con los ojos entornados sobre las líneas azules de los cuadernos para no dejarme ni una sola falta de ortografía, lo que daría lugar a la reacción inmediata de un padre descontento por la ineptitud de la profesora. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen pegando sus hojas del revés y escribiendo octubre sin r.
Ayer, alguien me dijo: "Bueno, sumar llevando tampoco es tan complicado". En tu imaginario, la tarea más ardua de mi trabajo quizás consiste en dividir con dos cifras. Claro, yo en quinto dejé el colegio, porque no necesita más para ser maestra de infantil. Pues que sepas, querido alguien, que la pedagogía es una ciencia compleja, y que cada actividad simplista propuesta a mis alumnos es, de hecho, el fruto de una reflexión intensa que hace que mi cerebro eche chispas. Hay que pensar en actividades progresivas, repartirlas en la semana, el período, el año, el ciclo... pero, bueno, te pierdo, me falta pedagogía. Y, mientras tantos, los alumnos siguen olvidándose del castigo.
Ayer, alguien me dijo: "Yo también cuido a mis sobrina pequeña los miércoles". En tu imaginario, puede que yo me dedique a la guardería. Hacemos pinturas libres con los dedos, jugamos al 1, 2, 3, pollito inglés y nos lavamos los dientes antes de la siesta. Que sepas, querido alguien, que yo no me dedico a cuidar a tu sobrina pequeña. Yo enseño, repito, educo, cuido, escucho, dialogo y aprendo. Hago de profesora, enfermera, psicóloga, policía, asistenta social, mediadora, pero no de niñera. Y, mientras tanto, mis alumnos siguen trabajando, equivocándose y aprendiendo.
Ayer, alguien me dijo: "Yo también debería haber sido profesor". En tu imaginario, ser maestro quizás signifique tener un montón de vacaciones, acabar el trabajo a las 4, enseñar nociones elementales y pasar el tiempo entre recreos, plástica y gimnasia. Te informo, querido alguien, de que las oposiciones están abiertas a todo el mundo y que aceptamos mejor a los nuevos compañeros que los comentarios exasperantes. Que sepas que firmarás para toda la vida con una sonrisa forzada. Pero como a nosotros nos gusta nuestro trabajo, estamos dispuestos a oír cualquier cosa...